miércoles, 23 de mayo de 2007

Gentilicios (Cuento, Segunda Parte)

Por Gabriel Losa

“Hola, ¿cual es tu nombre?”, pregunto según las costumbres del local.
“Conceição”.
A que querés una caipirinha, ¿no Conceição?”.

“¡Si, muito bom!”, responde sonriendo.
En el bar, por lo general, se trata de adivinar que va a tomar el cliente por algunos datos que podíamos obtener de su personalidad, su nombre o la forma de vestirse. Las primeras veces era divertido intentarlo. Ahora ya me cansa un poco adivinar todo el tiempo.
La mulata tiene unas piernas hermosas y no puedo evitar mencionárselo. Ella sonríe.
“Es por dançar y jugar futebol en la praia”
Voy hasta la barra, soñando con trepar por esas piernas de caoba, y vuelvo con su bebida. En el camino veo que Johnny terminó por ganar la pelea, pero nadie va a felicitarlo excepto Charles. Kuan se va del bar con cara de enojado.
“La caipirinha que querías”, le digo, poniendo mi mejor cara de galán, la cual no es muy buena.
“Obrigado, y a voçe também”.
“Discúlpame, no te entiendo”.
“Eu quero a voçe também. ¿Nos vamos?”
“Ehhh, claro. Salgo en 15 minutos”.

Golazo de media cancha. En una playa, en un bar; acá, o en la mesa de Ming, el jugador de ping pong.

Ya en el taxi, mientras nos dirigimos a mi casa, cansado por el día de trabajo, pero emocionado por la expectativa, mi mente se pierde cada vez que Conceição mira por la ventanilla o calla por algunos minutos.
Tengo un trabajo más que extraño. Lo único malo que puedo encontrarle (aparte del riesgo de ligar un golpe en una pelea que no me corresponde), es que a veces es demasiado predecible. Los clientes ya tienen sus costumbres y no las cambian por nada. Eso, que en un momento me pareció entretenido, ahora solo torna las cosas demasiado rutinarias.
No dejar que el honesto Björn se suicide porque se le viene la noche, darle un tequila a Francisco cada 7 minutos y asegurarle que Johnny va a ser su amigo tarde o temprano, decirle a Isaac que no me interesan las cosas que vende y que me alegro por su nuevo negocio, comprarle hierba a Manuel sin que nadie se de cuenta, y no dejar entrar a Chow Pak porque fomenta la prostitución y el trabajo de menores, me pareció novedoso y hasta… especial, pero solo las primeras semanas. Ahora solo veo el movimiento del bar como una obra de teatro, donde cada uno representa un papel lo mejor que puede, pero si miras con atención, podes ver que, en realidad, es un espectáculo de marionetas, donde los hilos de cada uno de los actores, comandados por quien sabe que ser deseoso de ver una actuación lo mas trillada posible, se enredan mas y mas entre ellos.
Finalmente, llegamos a casa. Nos besamos mientras entramos, cuando caemos sobre la cama y mientras me saca la camisa. Cuando voy a hacer lo propio con la de ella, me frena y me dice:
“Déjame ponerme mais cómoda”, y se mete en el baño.
La noche se esta poniendo cada vez más interesante. Empecé trabajando en el bar, para terminar en casa con una morocha hermosa, de cuerpo divino, que baila, juega al fútbol en la playa y toma…
Me quedo helado.
De pronto, me inundó una profunda decepción. Si ella es cliente del bar es obvio que… no, no puede ser... pero…
Me aburren y desagradan los clichés. Los tolero porque son parte del trabajo, pero en casa no sé hasta donde podría soportarlos.
Pero, por otro lado, la chica es hermosa.
Tengo que tomar una decisión rápida.

Si sale del baño con un sombrero de frutas en la cabeza, la echo.
“En casa de herrero…”

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