lunes, 21 de mayo de 2007

Gentilicios (Cuento, Primera Parte)

Por Gabriel Losa

“Siéntate, querido camarada, y juguémonos esta botella de vodka en una reñida partida de ajedrez, ¿qué me dices?”. Mijaíl me grita sonriendo, aunque pase a metros de su mesa. Le agradezco el ofrecimiento, pero me rehúso aduciendo que estoy muy ocupado y sigo caminando con mi bandeja.
El bar es un bullicio de voces, de acentos, de costumbres y de estereotipos. Camino entre las mesas, sirviendo los pedidos y tratando de no ofender a nadie, ya que las costumbres en este bar perdido de la vista de Dios son tan disímiles y tan susceptibles que un día voy a terminar siendo golpeado. Como casi me pasa esa vez que Nakata se enojó cuando le dije que no todo en la vida es trabajar, y que la cultura del trabajo estaba demasiado sobrevaluada. Casi me mata con un golpe de Karate.
Les llevo su fernet y su pisco a Martín y a René, dos muchachos que siempre se juntan a charlar animadamente. Cuando me retiro escucho que la conversación se pone cada vez más áspera. Uno amenaza con sacar un mapa y una goma, y el otro le responde, mientras guiña un ojo, que le da fiaca revisar el mapa, pero que todo se puede conversar.
El olor me guía hasta la mesa de Jean Pierre. Un cliente de fino bigote, impecablemente vestido, pero apestando a mil demonios. La ropa que viste y el champagne que toma, siempre me hacen dudar si es él el del olor y los malos modales, pero en cuanto me acerco a la mesa cualquier duda que puedo tener se ahoga. Le sirvo lo de siempre y me alejo rápidamente.
Klaus me llama enojado desde su mesa con ademanes muy poco comunes en su educado y neutral país: “Pedí eso hace 9 minutos y 32 segundos. ¿Dónde estabas? Perdí demasiado tiempo esperando. El tiempo perdido no es tiempo ahorrado”. Me disculpo, y le digo que unos segundos, deducibles de impuestos, tendrá su fondue sobre la mesa.
En el fondo del bar, pero a la vista de todo el mundo, Johnny y Nahir se matan a golpes. Ya le habían avisado a Nahir que lo iban a provocar, que no tenía que meterse a pelear; pero no hizo caso, y se metió igual. Hay que admitir que es difícil evitar una pelea cuando te pegan el primer golpe; y más si no te educaron en la religión de “poner la otra mejilla”. Igual, bastante fuerza le está haciendo el morocho a Johnny, que pensó que su contrincante iba a ser presa fácil.
¿Los de seguridad del bar? Mirando. Cada vez que quieren intervenir, Johnny los mira mal y se quedan en el molde. El que también se queda en el molde es Charles; se muere por ayudar a su amigo Johnny, pero su educación (o tal vez su cobardía) no se lo permite y se queda en un rincón, mirando atentamente y comiendo papas con pescado. Sus padres, grandes peleadores de bar, estarían muy decepcionados de él si pudiesen verlo.
Un canal de deportes y otro de reality shows transmiten la brutal golpiza. Pero no en vivo, sino con unos segundos de delay, no vaya a ser que alguien se baje los pantalones y dé un espectáculo desagradable. ¿Qué clase de ejemplo les daríamos a nuestros hijos?
A la sombra en un lugar apartado, mirando la pelea, Kuan sonríe esperando que la golpiza termine, y que el rubio quede lo mas debilitado posible. Mientras tanto, piensa abrir un supermercado por si sus planes no llegan a funcionar.
Otro que mira la pelea es Mijaíl. No esta tan preocupado por el resultado como Kuan, pero sé que no le importaría que Johnny recibiera una buena paliza. De vez en cuando da un trago de vodka directamente de la botella. Parece que nadie quiso jugar con el.
Busco con la vista a Otto, pensando que él también iba a estar mirando, pero no. Esta demasiado ocupado haciendo buena letra, borrando manchas del pasado, juntando dinero y tomando su cerveza.
Sirvo un par de tragos mas, y, pasando por una mesa, rápidamente tranquilizo a Iñaki y a Paolo, que discuten sobre paellas, pizzas y cual de sus dos ligas de fútbol es más competitiva. Al pasar,
veo que desde una mesa lejana, una morocha hermosa me hace señas.
Me acerco a tomarle el pedido.

1 comentario:

Gabriel Losa dijo...

Se hace difícil para mi contener la emoción.
Ver un cuento mió publicado en este importante medio me llena de esperanzas y alegría.

Muchísimas gracias por hacerme participe de este proyecto aventurero, y…

… bueno basta, hablemos bien!
Muchas gracias chicas por dejarme ser parte de Happy Factory, son la raja! JAJA

Un abrazo!